miércoles, 10 de noviembre de 2010

ESOS EMPERADORES TAN LOCOS

Tonterías en un imperio. Este trabajo va sobre todos aquello emperadores que cometieron ‘’algunas’’ locuras o excentricidades.


CÓMODO

Una de sus excentricidades era participar en los juegos gladiatorios (claramente amañados). Durante sus doce años de reinado Cómodo participó en setecientos treinta y cinco combates en el anfiteatro de Flavio. En uno de los festivales ordenó traer al anfiteatro a todos los hombres que habían perdido sus piernas en guerras o por enfermedad. Vestido como el héroe Hércules, asesinó a más de cien con un pesado garrote. Para demostrar su desprecio por el Senado, Cómodo mató una avestruz en la arena y levantó en alto la cabeza del animal para mostrársela a los senadores en las gradas, sugiriéndoles que podía hacer lo mismo con ellos.
Cómodo tenía cinco hermanas una de ellas, lucilla, habría mantenido relaciones sexuales con este. Años más tarde, Lucilla y la esposa de Cómodo fueron acusadas de conspiración y asesinadas en la isla de Capri. Después el emperador se hizo adorar como la encarnación de Hércules y Mitra, convencido de ser representación de aquellos personajes mitológicos, incluso adoptó el divinizado titulo de Hércules Romanus. Sus rarezas y excentricidades parecían no tener fin tampoco: sentía una extraña debilidad por las personas con nombres que recordaran a los animales.
Otra de ellas eran las distracciones “escatológicas” que practicaba, como la de sorprender a sus invitados con sabrosísimos manjares y algo menos apetecibles, excrementos y, hasta sangre menstrual, que los asistentes estaban obligados a probar sin mostrar el asco que le daban.
En otra de sus locuras el emperador se había recluido en el Palatino acompañado de 300 prostitutas y algunos pederastas, de manera que sus orgías no tuviesen fin en sus dominios domésticos.

CALÍGULA

En apenas un año, gastó todo el tesoro que había heredado de Tiberio, unos 2.700 millones de sestercios, teniendo que tapar aquel enorme agujero con nuevos y gravosos impuestos de los que no se salvaba nadie. Por ejemplo, impuso un canon a los alimentos, otro por los juicios, a los mozos de cuerda, a las cortesanas e incluso a todos los que tenían la feliz idea de contraer matrimonio.
Formaba parte de su esquizofrenia su desinterés, convertido en odio, por los más famosos autores contemporáneos, ordenando la destrucción (aunque, a la postre, no lo consiguió) de todas las obras de Homero, Virgilio, Tito Livio y otros.
Tuvo una pasión incestuosa por una de sus hermanas, Julia Drusila. Muy jóvenes ambos, Calígula la había poseído por primera vez, siendo sorprendidos los dos adolescentes en el lecho por la abuela Antonia, en cuya casa vivían. Nunca renunciaría a ella, sino que, años después, y a pesar de que la habían casado con un tal Lucio Casio Longino, Calígula la compartió y fue Drusila, al mismo tiempo, esposa legítima de su hermano. Incluso durante una grave enfermedad que parecía iba a ser definitiva y con un fatal desenlace, Calígula nombró como heredera a su misma adorada hermana y esposa. Justificaba esta atípica relación en que, en las dinastías de los Ptolomeos, en su adorado Egipto, esto —la unión de dos hermanos— era considerado una relación incluso sagrada. Su amor hacia Drusila le llevó a sentarla junto a él en el Olimpo que había creado con su misma persona como dios principal, divinizándola también. Cuando ella murió, Calígula no tuvo consuelo, y muy afectado, ordenó e impuso un luto general, dictando durísimos castigos para los que, en ese período de duelo, se bañaran, se rieran aunque fuese poco o, en fin, hubieran comido en familia de forma distendida o agradable.
Con sus otras hermanas, las cuales, después de yacer en el lecho del emperador, fueron entregadas por éste a varios amigos como auténticas prostitutas que estos podían utilizar y explotar a su antojo.
En otra ocasión, habiendo sido invitado a la boda de un patricio llamado Pisón, durante el banquete decidió robarle la esposa (Livia Orestila) al atónito flamante marido, llevándosela a sus aposentos y poseyéndola. Justificó este rapto y posesión en que, realmente, Livia era su esposa, y amenazó a Pisón si tenía la audacia de tocar a su mujer. Y es que las caricias impacientes de los desposados habían enardecido a Calígula, que quiso adelantarse al marido en el disfrute de la todavía virgen esposa. Esta conducta indigna del Emperador no era excepcional, ya que en los banquetes solía examinar detenidamente a las damas asistentes, y no evitaba levantarles los vestidos y comparar sus intimidades, escogiendo a alguna y retirándose para gozarla, como hiciera con la desgraciada Livia Orestila. Después regresaba con evidencias del encuentro y se deleitaba ante los asistentes con confidencias sexuales sobre la arrebatada de turno.
Perdido el norte, Calígula empezó a practicar toda una serie de conductas absurdas y crueles como, por ejemplo, entre las primeras, el nombrar cónsul a su caballo favorito, Incitatus (Impetuoso), al que puso un pesebre de marfil y dotó de abundante servidumbre a su disposición. Y, entre las segundas, su deseo, expresado a gritos, de que «el pueblo sólo tuviera una cabeza para cortársela de un solo tajo», producto de una rabieta imperial al oponerse el público del circo a la muerte de un gladiador contra lo decidido por Calígula.
También se distraía llevando sus cuentas personalmente, unas cuentas consistentes en redactar la lista de los prisioneros que, cada diez días, debían ser ejecutados. Otra contabilidad llevada personalmente fue la de su propio gran prostíbulo, que había hecho construir dentro del recinto de su palacio y que resultó un negocio redondo. En otro orden de cosas, y para producir aún más terror, todas estas distracciones las vivía disfrazándose y maquillándose de forma que sus actos, de por sí ya terribles, contaran con el añadido de lo siniestro, de manera que sus caprichos resultaran implacables haciendo temblar a sus víctimas aún más. Las ejecuciones eran tan numerosas que, a veces, no había una razón medianamente comprensiva para tan definitivo castigo, como en el caso del poeta Aletto, que fue quemado vivo porque el Emperador creyó toparse con cierta falta retórica en unos versos compuestos, precisamente, a la mayor gloria de Calígula, por el desgraciado vate.


NERÓN

Ordenó la ejecución de sus dos maestros, Burro y Séneca, y a otros artistas y literatos (como el poeta Lucano, sobrino de Séneca). Progresivamente instauró una época de delirios y locuras asesinas. En Nerón parecieron confluir todos los desequilibrios de sus antepasados y familiares. A raíz de ello, empezó a actuar fuera de sí: ordenó matar a Británico, hijo de Claudio y sucesor al trono, que había presenciado la muerte de su padre cuando tenía 12 años, bajo el veneno de Locusta. Nerón se ensañó con las personas más próximas a su entorno: las víctimas fueron tres mujeres: la primera, su propia progenitora, Julia Agripina, después seguirían sus dos —y sucesivas— esposas: Octavia y Popea. La rebeldía surgió ante el odio de Agripina por la liberta Actea, oposición que el Emperador acabó por no digerir dado el apasionamiento para con la ex meretriz. En este sentido, progresivamente fue germinando en su cerebro la idea de desembarazarse de Agripina, convirtiéndose en obsesión cuando tuvo a su lado a su segunda esposa, Popea. El primer intento de acabar con la vida de su progenitora fracasó tras un fallo técnico: se trataba del lecho materno, donde unos operarios habían transformado el techo del dormitorio colocando planchas de plomo que debían caer, al accionar una palanca, sobre la regia durmiente, aplastándola literalmente. Pero la víctima pudo escapar y herida levemente, encerrarse en una de sus villas. Así, transcurridos unos días, volvió a la idea de intentar de nuevo la eliminación de quien le había llevado en su vientre. Había pensado en un barco trucado para su crimen, en el que iría su madre, que previamente se había dirigido a las fiestas de Minerva cerca de Nápoles. Nuevamente, el dispositivo falló y aunque la barcaza se partió en dos, su madre, que era una gran nadadora, pudo llegar a la orilla del golfo de Bayas. Más tarde, ordenó que, de inmediato, mataran definitivamente a aquella mujer que parecía reírse de él desde una aparente inmortalidad. Será un incondicional del Emperador, Aniceto, el que hunda su espada en el vientre de Agripina. A su vez, visitó el cadáver desnudo de su madre y, según Suetonio, lo examinó y acarició durante largo rato. Después, presa de un aparente arrepentimiento, se ocultó de la mirada de todos. Tiempo más tarde caerían también sus dos esposas.
Se entregó totalmente a las atracciones del circo –no sólo para diversión de la gente sino para el suyo propio– sin evitar, a veces, intervenir él mismo en los diferentes cuadros. Para ello, creó una escuela de gladiadores donde se entrenaban estos luchadores que, después, luchaban en la arena con otros gladiadores o con las fieras.

Autora: Náyade Cabrera Afonso.(4º ESO)

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