lunes, 14 de febrero de 2011

Los juegos gladiatorios








Son conscientes de que se van a jugar la vida de un momento a otro sobre la arena del anfiteatro. La lucha fratricida que en breve va a enfrentar a dos o más gladiadores romanos va a desembocar en un cruel derramamiento de sangre que abocará al público al borde del éxtasis. Se utilizaban esclavos y hombres libre que buscaban gloria. Más tarde también se utilizó a los cristianos, pero no por ser cristianos, pues en Roma había libertad de culto, tal es así que llegó incluso a existir una legión formada exclusivamente por cristianos llamada la «legión tonante». El motivo fundamental es que algunos cristianos sublevaban a las clases bajas y a los esclavos, alterando el orden público, y por tanto eran detenidos como delincuentes.
El premio o la recompensa que recibía un gladiador eran varias: gloria, fama, dinero, la posibilidad de convertirse en un hombre libre y la más importante, la Victoria. Si habían obtenido un gran éxito, eran ensalzados por los poetas, su retrato aparecía en joyas y jarrones, las damas suspiraban por ellos. Un gladiador famoso podía cobrar por un combate hasta mil piezas de oro. Un caso extraordinario fue el del gladiador Publius Ostorius de Pompeya, hombre libre que combatió y venció en 51 combates.
Pero más allá de todo esto los Juegos eran ante todo una ceremonia religiosa que exigía un ritual. La víspera de los Juegos era día sagrado, celebrándose una solemne procesión seguida de sacrificios propiciatorios a los que asistían todos los participantes. También se celebraba un banquete de hermandad entre los gladiadores, que para algunos sería su última cena. Al día siguiente se organizaba un desfile de gladiadores con toda la pompa que exigía el momento, llevando ricos trajes de oro y púrpura.
Antes de sonar las trompetas que darán inicio al combate, los gladiadores desfilan en formación militar ante el emperador y claman al unísono: ¡Ave Caesar, morituri te salutant! La gloria sólo reservará espacio a unos pocos elegidos que tratarán de borrar un pasado indigno como esclavos, prisioneros de guerra, condenados a muerte o simples malhechores. También hubo hombres libres que se dedicaron voluntariamente a un oficio considerado indecoroso. El carisma y la popularidad de los gladiadores fueron tales que emperadores de la talla de Calígula, Nerón o Cómodo intentaron imitar sus destrezas con la espada. Julio César, por su parte, los utilizó como esclavos. “El hombre se alimentaba de la sangre del hombre” lamentó Séneca, el único intelectual que detestaba este tipo de espectáculo.
Los gladiadores se enfrentaban casi siempre por parejas, aunque en ocasiones combatían en grupos. Según el tipo de armamento que llevaban se imponía una técnica de lucha distinta. Existían los samnitas, que portaban yelmo cerrado, escudo, manga acolchada y espada corta, los retiari (armados con red y tridente), oplomachi (casco con visera, escudo y coraza), tracios, con pequeño escudo circular y sable curvo, mirmillones (casco en forma de pez, escudo rectangular y espada), provocator (escudo redondo y lanza), los équites que luchaban a caballo, essedari que combatían sobre un carro de guerra o los andabates, que lo hacían a ciegas y con una cota de malla. El emparejamiento de un tipo de gladiador contra otro no era caprichoso, sino que obedecía a un estudiado cálculo sobre las ventajas e inconvenientes de cada adversario para convertir la lucha en un espectáculo equilibrado y duradero.


EL SADISMO DEL PÚBLICO


La suerte suprema, la de morir dignamente, debía ser memorablemente ejecutada por el gladiador vencido. Los espectadores que pensaban que, pese a caer derrotado, había luchado bien sacaban señuelos y, con el pulgar hacia abajo (al contrario de lo que se cree), pedían al emperador su indulto. Pero si estaban descontentos exigían la muerte del gladiador llevándose el pulgar al cuello. Si la decisión era la muerte, el público esperaba que el luchador la afrontase con dignidad y valor. Para muchos espectadores, éste era el momento más importante del combate.
El sadismo, en lugar de ser algo fortuito, se convirtió en algo habitual. El emperador Claudio solía ordenar que se les retirasen el casco a los gladiadores heridos para poder apreciar la expresión de sus rostros cuando les cortaban el cuello. Un gladiador desconocido podía ser perdonado si pedía clemencia después de un buen combate. Pero la multitud no ayudaba a un favorito que fuera derribado por la espada de un desconocido, sobre todo si había apostado por su victoria. Enseguida, unos diligentes servidores disfrazados de Caronte o Hermes se aproximaban al gladiador que yacía en la arena y se aseguraban de que estaba muerto propinándole unos mazazos en la cabeza. En ocasiones, los gladiadores también luchaban contra fieras en las denominadas venationes. Pompeyo los enfrentó con elefantes y Claudio contra leopardos. Nerón los forzó a combatir contra 400 osos y 300 leones. Entre dos hombres, las posibilidades de perecer en la arena se nivelaban en un 50%; contra estas bestias se incrementaban notablemente. También se vieron obligados a participar en el agua de las fastuosas naumaquias (batallas navales) que se llevaron a cabo en el Coliseo.

ORIGEN RITUAL


El origen de las luchas de gladiadores nace en Etruria. Sus moradores solían sacrificar prisioneros sobre la tumba de los caudillos para liberar sus espíritus y los acompañaran en la otra vida. Una evolución de este rito trajo los ludi gladiatorii, que se secularizaron hasta convertirse en un espectáculo. El primero de este tipo en Roma tuvo lugar en el 264 antes de Cristo con ocasión del funeral de Junio Bruto Perea, en el que combatieron tres parejas de esclavos. En Hispania el inaugural fue organizado por Escipión el Africano en el 206 a.C. Gracias a estos combates, el emperador, los magistrados y cónsules conseguían entretener las sedientas gargantas del pueblo romano, les distraía de los problemas sociales y la actividad política. De esta forma se ganaban el fervor popular y lograban votos.
Los césares no querían que la peble romana bostezara de hambre ni de aburrimiento. En el siglo I, Juvenal recogió el sentido del espectáculo en su famosa expresión panem et circenses (pan y circo). El calendario les era propicio para celebrar estos espectáculos, pues los días festivos en la Roma imperial ocupaban más de la mitad del año entre días sagrados y los ludi. Los combates solían celebrarse a primera hora de la tarde en unos juegos que se alargaban todo el día.
El gladiador vivía al borde del filo de la navaja. Era previsible que su carrera fuese corta. Aunque algunos vivían lo suficiente para hacerse un nombre y convertirse en personajes idolatrados por el público, en especial por el femenino. Las damas de la alta sociedad sentían una enorme pasión por ellos. Fastuosos mosaicos y grafiti así lo atestiguan. Incluso podían recobrar la libertad y retirarse del oficio con una aceptable fortuna. Al final de una carrera gloriosa se le entregaba la espada de madera (rudis), que señalaba su retiro definitivo y el logro de su deseo más preciado.



EL GRAN ESCENARIO, EL COLISEO


Las luchas de gladiadores tenían por escenario el anfiteatro, aunque empezaron celebrándose en los foros. Los originales fueron de madera, como el construido por Pompeyo el Grande en el siglo I a.C. El primero de piedra lo mandó edificar Octavio Augusto el 29 a.C. en el Campo de Marte. Pero sin duda, el principal recinto de lucha sin tregua fue el Coliseo, inaugurado por Tito en el año 80 d.C. Tenía cuatro pisos y sus graderíos podían albergar hasta 50.000 espectadores. Se calcula que en su arena murieron entre 500.000 y un millón de personas. Los juegos más fastuosos que se recuerdan los organizó el emperador hispano Trajano en el siglo II. Duraron tres meses e intervinieron 4.912 parejas de gladiadores.
La pieza esencial para la organización de las luchas era el lanista, que se ocupaba de contratar gladiadores y adquirir las fieras. Solía ser un hombre de pasado oscuro pero enriquecido por el oficio. Los gladiadores profesionales solían recibir en sus escuelas un código ético muy estricto. Según afirmaba Cicerón, “preferían recibir un golpe a esquivarlo en contra de las reglas. Están dispuestos a dejarse degollar para satisfacer a su amo”. Las escuelas de mayor fama se ubicaron en Capua, aunque también las hubo en Hispania, Egipto y las Galias.
El emperador Cómodo (161-192) fue un caso insólito. Una vez en el trono dejó de lado los asuntos de gobierno para centrarse en sus aficiones. Se dedicó a entrenarse y participó en numerosos combates, en los que, por supuesto, siempre ganaba. Se hizo llamar “vencedor de los mil gladiadores”. El pueblo le reprochó que rebajara su dignidad imperial con un oficio de esclavos. De entre los gladiadores más famosos sobresale la figura de Espartaco, pero por sus acciones fuera de la arena. Desertor del ejército romano y reducido a la esclavitud, se formó en la escuela de Capua. En el 72 antes de Cristo organizó una rebelión con 78 gladiadores, a los que se unieron cientos de esclavos descontentos. Tras vencer a cuatro generales romanos, el Senado aglutinó ocho legiones (unos 40.000 soldados) para aplastar la insurrección. Espartaco murió acribillado de heridas en la batalla de Silaro, en 71 a.C. Más de 6.000 prisioneros fueron crucificados luego en la Vía Apia.
La popularidad de los gladiadores también alcanzó a los intelectuales, quienes nunca condenaron de forma tajante los juegos. Sólo el hispano Séneca los despreció. Admiraban el ejemplo de nobleza de la ducha y el desprecio a la muerte. Sólo la propagación del cristianismo, que condenó estos combates, y las dificultades económicas del final del imperio llevaron progresivamente a su prohibición, decretada por el emperador Honorio en el 404 después de Cristo. El pueblo romano fue culpable de haber gozado públicamente con aquellas ejecuciones capitales y de haber hecho del Coliseo un demencial escenario de suplicios y un sangriento matadero.


Armas
Los tipos de armas eran diferente para cada tipo de gladiador:
Samnitas: espada corta o gladius.

Mirmidones: espada gladius

Tracios: espada corta con hoja ligeramente curva también llamada sica.

Secutores: espada normal.

Reciarios: fuscina y un puñal.

Homoplachi: puñal.

Laquearii: escasamente armados.


Dimanchaeri: luchaban con dos espadas.


Escuela de gladiadores

La demanda creciente de gladiadores provoca la aparición de diversas escuelas, como la de Capua, Pompeya o Rávena, además de las existentes en la propia Roma. Estas escuelas eran estatales, siendo la figura más importante la del entrenador, llamado doctor. Cada una de estos doctores, que por lo general eran gladiadores ya retirados, estaba especializado en una técnica de lucha.
Estamos hablando de un fenómeno que duró aproximadamente mil años, desde que Tarquinio Prisco en el 616 a.C. subió al trono de Roma hasta la que parece su prohibición definitiva por el Emperador Honorio en el 404 (aunque la primera constancia de un combate de gladiadores que nos ha llegado fue en el 264 a. C. en los funerales de un miembro de la familia de Bruto). Antes que Honorio hubo otros que también los prohibieron aunque sin demasiado éxito, como Septimio Severo en el año 200 y Constantino I el grande en el 325.
No podemos pensar que en estas escuelas solamente se les enseñase a luchar, es lógico pensar que existiese una formación interna, de preparación del alma, y se les mostrase un poco los Misterios de la Vida y la Muerte.
Autora: Náyade Cabrera Afonso (4º ESO C)

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